Temprano, en la mañana argentina, Emiliano Hasán compartía lo que percibía desde París. “El aire está enrarecido”, contaba el actor tucumano que vive hace 11 años en la capital de Francia, ciudad sede de la edición 33 de los Juegos Olímpicos.
No podía identificar bien las razones de esa sensación mientras por videollamada era entrevistado en LG Central, uno de los noticieros de LG Play. Hoy, seguramente, el hermano del histórico rugbista tucumano Omar Hasán -jugó en Los Pumas y fue medalla de bronce en la Copa del Mundo 2007 que se jugó también en tierras francesas- puede encontrarle más razones a esa percepción que tuvo.
Antes de la ceremonia de inauguración, esgrimía que no se sentía a gusto. “No es que tengo un presentimiento, pero no me siento totalmente seguro”, afirmaba en el corazón de la plaza de La Bastilla, con la “Columna de Julio” de casi 47 metros de altura a sus espaldas.
Después de la deslumbrante ceremonia inaugural, como el resto de los millones de personas que la siguieron sumando los presenciales y aquellos que utilizaron múltiples plataformas audiovisuales, ese “no sé qué” tan intangible, tuvo materialización.
Lo que pasó durante cuatro horas por seis de los más de 700 kilómetros que tiene el río Sena era el motivo de porqué París estaba sumergida en un aire extraño. El espectáculo estuvo en sintonía con lo que viene pasando en los Juegos, en cuanto a situaciones asombrosas.
La actividad deportiva que ya empezó de manera convulsionada con ese debut polémico en el torneo de fútbol en el que Argentina perdió el partido después de dos horas de incertidumbre demostró que en París puede pasar de todo, como en la ceremonia diseñada por el actor y director francés Thomas Jolly. Los 12 segmentos se hicieron con la compañía de la lluvia que por momentos fue intensa; caía en los puentes en el que los hábiles bailarines se mostraron firmes.
El puente de Austerlitz fue punto de inicio de navegación de las 85 embarcaciones que trasladaron a los integrantes de las 206 naciones que competirán hasta el 11 de agosto. El Trocadero fue donde anclaron y se apostaron los protagonistas del desfile marítimo. En la lista de situaciones asombrosas, sin bochornos de por medio, está el cierre de la ceremonia ideada por los franceses. Poner en la Torre Eiffel a una superviviente, Céline Dion, que hasta hace dos años era una incertidumbre total si iba a poder seguir haciendo lo que la llevó a la fama mundial fue monumental.
¿Le ganó esto al majestuoso encendido del fuego olímpico? Ese segmento es el más tradicional de la apertura y contó con estrellas deportivas actuales e históricas. Zinedine Zidane, Rafael Nadal -que se subió a una lancha con los retirados Serena Williams (tenis), Carl Lewis (velocista) y Nadia Comaneci (gimnasta). La antorcha que se mantuvo flameando pese a la lluvia, nuevamente en tierra empezó a ser llevada por otros ex deportistas estrellas hasta llegar al gigantesco globo aerostático, el innovador pebetero que mantendrá el fuego hasta que se entregue la última medalla de la cita parisina.
En el Jardín de las Tullerías la ex velocista Marie-José Perec, de 56 años, ganadora de tres medallas y Teddy Riner, judoca de 35 años (tres veces campeón olímpico que buscará ante su público repetir la coronación), posaron la antorcha. Mientras los atletas franceses protagonizaban el clímax de la apertura, Dion empezó a cantar. Para ser justos, ambos momentos fueron majestuosos; empate entonces. La potente voz de la canadiense cantando el “Hymne à l’amour” de Edith Piaf, ni por asomo hizo pensar que padece una grave enfermedad neurológica que provoca rigidez en los músculos del cuerpo. Todo un simbolismo que va en consonancia con los valores del movimiento olímpico. “Elegí trabajar con todo mi cuerpo y alma. Quiero ser lo mejor que pueda. ¡Mi objetivo es volver a ver la Torre Eiffel!”, había dicho Dion. No sólo que la vio, sino que la engalanó, la hizo resplandecer al igual que lo hará durante varios días el fuego olímpico suspendido en el cielo parisino a más de 30 metros de altura.